miércoles, 13 de abril de 2011

MEMORABILIA GGM 492

EL TIEMPO
Bogotá – Colombia
11 de abril de 2011


 

La historia de la famosa foto de 'Gabo'

y el grupo de Barranquilla


Por: Joaquin Mattos Omar
Especial para El Tiempo

La tomó el barranquillero Gustavo Vásquez hace 43 años y la imagen la ha dado la vuelta al mundo.
La imagen le ha dado la vuelta al mundo sin que aparezca su nombre.

¿Quién no ha visto esta fotografía? Desde hace 43 años largos ha sido reproducida una y otra vez no solo en Colombia, sino también en el exterior. La hemos visto en diarios de poca y de gran circulación, en suplementos literarios y revistas culturales, en libros sobre música vallenata o sobre el Grupo de Barranquilla, en biografías de García Márquez (incluida la última y más completa, la de Gerald Martin).

Pero, cuando el fotógrafo que la tomó oprimió el obturador de su Asahi Pentax para atrapar aquella imagen histórica, en película de 35 mm, sólo pensó que era periodísticamente oportuna, pero, fuera de ello, una foto más. "Una foto incluso familiar, en el sentido literal del término -dice-, pues las personas retratadas allí pertenecían al círculo más estrecho de la familia de mi esposa".

La fotografía (en la que aparecen reunidos un futuro Premio Nobel de Literatura, otro gran y reconocido escritor, el mejor compositor de cantos vallenatos de todos los tiempos y tres figuras decisivas en la imaginería y en el desarrollo de este género musical) fue publicada por primera vez en
el diario El TIEMPO, en 1967, donde apareció ilustrando una crónica de Daniel Samper Pizano, y fue esa, quizás, la única vez que se le dio el crédito a su autor, porque de ahí en adelante y hasta la fecha, cuando no aparece sin crédito, el único que se reconoce en tantas publicaciones es: "Archivo EL TIEMPO".
 


Gustavo Vásquez hoy solo toma fotos de sus nietos en los eventos familiares. En la foto famosa, de izquierda a derecha: Clemente Quintero, Alvaro Cepeda, Roberto Pavajeu, GGM, Hernando Molina y Rafael Escalona. Valledupar, Colombia, 1967.
Foto: Carlos Capella
  
Pues bien, aquí estamos ahora frente al hombre a quien debemos esta clásica foto: se llama Gustavo Vásquez y nació en Barranquilla el 15 de abril de 1936. Fue durante 28 años reportero gráfico de EL TIEMPO en esta ciudad, pero también, como enviado especial, cubrió eventos en muchas otras ciudades del país.

"Recuerdo, entre otros, los Juegos Panamericanos de Cali, la visita de dos papas a Bogotá (Paulo VI y Juan Pablo II), los Juegos Nacionales de 1970, en Ibagué, así como muchas ediciones del Concurso Nacional de Belleza de Cartagena y del Festival de la Leyenda Vallenata". Y añade: "Durante las décadas de 1960 y 1970, también hice fotos como free lance para las revistas Cromos y Vea Deportes".

Su ingreso a la reportería gráfica fue una carambola del destino. Después de graduarse de bachiller comercial en 1953, en su ciudad natal, pasó por dos empresas como auxiliar de contabilidad, antes de recalar, en 1958, ejerciendo el mismo cargo, en Foto Scopell, estudio dedicado a la fotografía industrial y fundado por el cubano Jimmy Scopell (padre del fotógrafo Quique Scopell, miembro del Grupo de Barranquilla), pero que ya por entonces tenía otro propietario, Gabriel Pérez Reina.

En Foto Scopell, que funcionaba en un local contiguo al almacén de confecciones Jacqueline que tenía su madre, Raquel Vengoechea en la calle Jesús, entre las carreras Progreso y Veinte de Julio, laboraba un primo suyo, Hugo Vásquez. En los ratos muertos, Gustavo se convertía en su ayudante cuando este salía a hacer una producción, y le cargaba la cámara o el equipo de luces o el trípode. "Y el que anda con la miel, algo se le pega", nos dice.

Así fue. Una vez, en 1960, su primo se fracturó una pierna y él fue designado para reemplazarlo. Su debut fue literalmente por lo alto: le tocó hacer unas fotos aéreas para la fábrica de textiles Marisol.

A partir de allí, siguió tomando fotos
-pero siempre como emergente- por un año y medio más, hasta que Foto Scopell cerró, en 1961, a raíz de la muerte de su propietario. (Tiempo después, Saúl Gómez compraría la marca y volvería a abrir las puertas de Foto Scopell).

A gran parranda, gran foto

Un día de 1962, estando de visita en el almacén de su mamá, se presentó Joaquín Fernández, el agente de EL TIEMPO en Barranquilla, quien le propuso que se vinculara a ese diario como reportero gráfico. "¿Yo? -le objetó él, asombrado-. Pero, si ni siquiera sé quién es el alcalde ni qué es una noticia". Fernández le explicó que eso era justamente lo que buscaban los directivos del periódico: alguien que no tuviera los "vicios" del oficio y que, por tanto, pudiera ser "moldeado" por ellos. Aceptó. Fue así como el 15 de agosto de 1962 ingresó a EL TIEMPO.

El 16 de enero de 1965 se casó en Barranquilla con Sara Cotes, hija del conocido juglar vallenato Alfonso 'Poncho' Cotes y la mayor de los "tres monitos" de que habla Escalona en su famoso paseo Nostalgia de Poncho (los otros dos son Sofía y Fausto). Ella, que toda la vida fue maestra de profesión, enseñaba entonces en el colegio Santa Cecilia de esta ciudad. Escalona fue el padrino de matrimonio. Tienen dos hijos barranquilleros: Gustavo Adolfo y José Carlos, en la actualidad arquitecto e ingeniero civil, respectivamente, y quienes residen en Valledupar, donde son dueños de una firma de construcción.

Desde su retiro de este diario, en 1990, Gustavo se ha dedicado a menesteres que nada tienen que ver con la luz ni el encuadre. "Ahora, cuando cojo la cámara, sólo lo hago para tomar fotos a mis nietos o en reuniones y celebraciones familiares", dice. Alto y cuadrado, y próximo a cumplir sus 75 años, es un hombre cordial y de maneras tranquilas. Vive entre Barranquilla y Valledupar: 20 días del mes en la primera y los otros 10 en la segunda. En Barranquilla reside con la familia Rodríguez Angulo, a la que conoce desde su infancia. Y en Valledupar se queda con su esposa, Sara, en la casa que esta comparte con su hermana Sofía.

Una mañana de septiembre de 1967 (a cuatro meses de haberse publicado en Buenos Aires Cien años de soledad), recibió una llamada de Bogotá de Enrique Santos Castillo: "Don Gustavito Vásquez se va para Valledupar a cubrir un importante acto político y cultural". Se trataba de un espléndido homenaje, con importantes invitados nacionales, que se le rendiría a Alfonso López Michelsen el sábado 23 de aquel mes, en reconocimiento a su decisivo impulso a la Ley que en junio anterior había creado el nuevo departamento del Cesar: en el marco de ese homenaje se llevaría a cabo un gran certamen de música vallenata, con la participación de decenas de intérpretes de la región.

El epicentro del evento musical (que a partir del año siguiente, 1968, se convertiría en el Festival de la Leyenda Vallenata) fue la casona solariega de Hernando Molina Maestre, situada frente a la plaza Alfonso López Pumarejo, donde residían también su hijo Hernando Molina Céspedes y la joven esposa de este, Consuelo Araujonoguera. Allí mismo se hospedaron los invitados más ilustres del festín. "Esa casa tenía muchos cuartos y una mesa de comedor como para veinte personas -recuerda Vásquez-. Era una especie de hotel de 25 estrellas; a toda hora había whisky y comida para todos". Y subraya que Daniel Samper, quien fue el enviado especial de EL TIEMPO a aquel evento, "comentaba que el Old Parr se servía allí como si fuera guarapo".

Fueron tres días de parranda, celebrados en el inmenso patio de la casona. Estuvieron presentes la flor y nata de la sociedad valduparense y un numeroso público popular. Una mañana tocaban Leandro Díaz, Toño Salas y 'Colacho' Mendoza. La celebración estaba animadísima. La luz era radiante. Gustavo Vásquez vio la oportunidad de hacer una buena foto, o una serie de buenas fotos, y preparó su cámara. De común acuerdo con Daniel Samper, seleccionó a seis personas: Clemente Quintero, político de carrera, ex representante a la Cámara por el Magdalena Grande y ex embajador de Colombia ante la OIT; Roberto Pavajeau, odontólogo de la Universidad de Pennsylvania y personaje de la canción de Escalona El perro de Pavajeau; el anfitrión, Molina Maestre, el famoso doctor Molina de La patillalera (paseo del mismo compositor), abogado de la Universidad Nacional y ex magistrado, que ya no cambiaba su chinchorro ni por la silla del gobernador; Álvaro Cepeda Samudio, Gabriel García Márquez y Rafael Escalona, que ya entonces no necesitaban presentación.

No fue fácil reunirlos para que posaran. Samper recuerda que "fue como cuadrar micos con un pito". Pero, por fin, los escurridizos modelos, siguiendo las indicaciones del fotógrafo y del redactor de EL TIEMPO, se dispusieron a la sombra del gran árbol de cañaguate (pedirles "digan whisky" hubiera sido, por cierto, una redundancia). Y Gustavo Vásquez disparó su cámara, una, dos, tal vez tres veces.

La otra foto

De modo que ahí quedaron, ahí están los seis en la fotografía, con sus posiciones y gestos congelados. Pero, en realidad, hay que decir que se trata de dos fotografías. Una es la que penetró por el objetivo de la Pentax de Vásquez y quedó fijada en la película de 35 mm y que fue publicada por EL TIEMPO y luego reproducida incontables veces en muchas partes. La otra es la escena organizada y compuesta para aquella gráfica, la que, en cuanto el fotógrafo terminó su labor, prosiguió su curso en el torrente de aquella parranda y de las que vinieron después.

En la primera foto, nada ha cambiado un ápice: los seis hombres se mantienen intactos en el instante fraccionado de esa mañana maravillosa llena de acordeones, cantos, conversaciones, chistes, brindis, abrazos, amistad y gozo. Pero en la segunda, la imagen, a merced de la marea de la vida y del tiempo, se ha ido despejando dramáticamente: el que luce acaso más alegre, el más desabrochado de todos, el del puro apretado entre los dientes felices, fue el primero en ser borrado: Cepeda Samudio, en 1972, apenas a sus 46 años; luego, desplazándose tres cuerpos hacia la derecha, la nefasta marea borró al doctor Molina, en 1980, a sus 86 años; después, retrocediendo dos cuerpos hacia la izquierda, borró al doctor Pavajeau, en 1982, a sus 93 años; tan solo un año después, continuando su arremetida por la izquierda, borró a Clemente Quintero, en 1983, a su 71 años; y, por último, dando un salto hacia el extremo opuesto, borró a Escalona, a sus casi 82 años, en el 2009.

Así que el único que permanece en esta fotografía, ocupando el centro, y ya sin uno solo de sus cinco amigos a ninguno de sus lados, pero acaso más desdichado que ellos porque le tocó el triste destino de enterrarlos a todos, es García Márquez, quien siempre ha expresado el pavor que le tiene a enterrar a sus amigos.

Ni siquiera le queda el frondoso cañaguate que, justo detrás de él, le servía de respaldo, porque fue talado cuando restauraron y remodelaron la casona por dentro, hace unos 8 años.

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elheraldo.co
Barranquilla - Colombia
Abril 13 de 2011

Fiorillo está de gira por Colombia
promoviendo la literatura
de los protagonistas de La Cueva:
Vila, Obregón y Cepeda.



Miden 1,78 mts., están que hablan pero el universo de su recuerdo es en blanco y negro. Gabo, Álvaro Cepeda, Germán Vargas y Alfonso Fuenmayor se reencuentran en fotografías de cuerpo entero sobre madera y alrededor de una fachada gigante de La Cueva, cuando todos lleguen a Bogotá como inspiradora ambientación del programa audiovisual-literario de La Cueva por Colombia y el Premio Nacional de Cuento La Cueva 2011.

El escritor Heriberto Fiorillo, director de la Fundación La Cueva, condujo el martes el montaje ‘Gabo y su Grupo de Barranquilla’, en el Gimnasio Moderno, y mañana lo hará en el Centro de Eventos del




 
Banco de la República, donde el viernes 15 de abril, el narrador monteriano José Luis Garcés González leerá, analizará y reconstruirá con la audiencia uno de sus cuentos, propiciando con la ayuda de la pintora Luisa Uribe propuestas de ilustración para el mismo cuento por parte del público.

Mientras tanto, los cuentistas Paul Brito, Juan Esteban Constain y Hugo Chaparro Valderrama harán lo mismo con narraciones diferentes en Riohacha (ayer y hoy), y en Santa Marta, el 14 al 15.

En ese mismo ámbito, La Cueva por Colombia presentará en cada ciudad las bases e informará sobre el desarrollo del Premio Nacional de Cuento La Cueva 2011, y la publicación de referente con obras de los ganadores.

viernes, 26 de noviembre de 2010

MEMORABILIA GGM 462
Dedicada especialmente
a todos mis amigos y suscriptores
de Antioquia y el Caldas Grande
en donde la canción argentina
en todas sus manifestaciones,
es como nuestra.



                           Año XV, Nro 170, Julio 2010

TANGO Reporter
El Tango y Gardel en la obra de García Márquez

Por Luciano Londoño López


El colombiano Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura 1982, siempre ha manifestado su cercanía espiritual a la Argentina, la que expresó en varias entrevistas. El 16 de septiembre de 2004, el periódico La Nación reprodujo un cable de la agencia EFE titulado "García Márquez y su amor por la Argentina". En esa ocasión el escritor dijo: "En cuanto a la Argentina, es el país que más amo, y ya tendré oportunidad de ir".
Esta admiración por la Argentina y sus manifestaciones culturales se deja entrever también en su libro de memorias, Vivir para contarla (Editorial Norma, Bogotá, 2002), cuando dice:
En todo caso, el eje de nuestras vidas era la librería Mundo, (…) Germán, Álvaro y Alfonso fueron sus asesores en los pedidos de libros, sobre todo en las novedades de Buenos Aires, cuyos editores habían empezado a traducir, imprimir y distribuir en masa las novedades literarias de todo el mundo después de la guerra mundial. Gracias a ellos podíamos leer a tiempo los libros que de otro modo no habrían llegado a la ciudad. (…) No pasó mucho tiempo desde mi llegada cuando ingresé en aquella cofradía que esperaba como enviados del cielo a los vendedores viajeros de las editoriales argentinas. Gracias a ellos fuimos admiradores precoces de Jorge Luis Borges, de Julio Cortázar, de Felisberto Hernández y de los novelistas ingleses y norteamericanos bien traducidos por la cuadrilla de Victoria Ocampo. (pp. 137-138)
En las tardes libres, en vez de trabajar para vivir, me quedaba leyendo en mi cuarto o en los cafés que lo permitían. Eran libros (…) recién traducidos e impresos en Buenos Aires después de la larga veda editorial de la segunda guerra europea. Así descubrí para mi suerte a los ya muy descubiertos Jorge Luis Borges, D. H. Lawrence y Aldous Huxley, a Graham Greene y Chesterton, a William Irish y Katherine Mansfield y a muchos más. (pp. 293-294)
García Márquez igualmente ha hecho alusiones al tango y a Gardel, con lo cual confirma la importancia de estos en Colombia en particular y en Latinoamérica en general.
Tales menciones figuran en su ensayo "El argentino que se hizo querer de todos", en sus notas periodísticas "Textos costeños", "Relato de un náufrago" y "Miguel Littin clandestino en Chile", en sus memorias, Vivir para contarla, y en sus obras literarias Doce cuentos peregrinos, El amor en los tiempos del cólera y Memorias de mis putas tristes.
Las alusiones al tango y a Gardel en la obra de García Márquez son las siguientes:

EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA

Ayudar tiene sus riesgos. Esta novela de García Márquez salió a la venta en Colombia (Editorial La Oveja Negra) a comienzos de diciembre de 1985. Yo, Luciano Londoño López, la leí entre ese mismo día y el siguiente, pues había mucha expectativa sobre ella.
En mi afán de advertir al autor sobre el error cronológico que había cometido al mencionar a Gardel, y como aficionado al tango, envié una carta a varios periódicos. Esa observación hizo que el Nobel, a los comedidos como yo, nos regañara en entrevista aparecida el 23 de febrero de 1986 en el suplemento "Lecturas Dominicales" del periódico bogotano El Tiempo.
En esa ocasión, sobre la referencia a Gardel, dijo García Márquez: "El libro apenas había aparecido cuando alguien me reprochó que por ahí aparece Gardel en Colombia alrededor de 1914 y que eso es inexacto. Pero a mí esas cosas de historiadores no me interesan verdaderamente. Gardel es un ídolo enorme en Colombia, muy querido y venerado (…) y su fama empezó muy temprano. Quizás diez años después, pero eso no importa; no hay nada de malo en forzar un poco la historia y poner allí a Gardel.
Gardel es mencionado así en la novela El amor en los tiempos del cólera: "De pronto, el médico cambió de tema de un modo abrupto. –¿Le gusta la música? Lo tomó por sorpresa. En realidad, Florentino Ariza asistía a cuanto concierto o representación de ópera se daban en la ciudad, pero no se sentía capaz de sostener una conversación crítica o bien informada. Tenía la sangre dulce para la música de moda, sobre todo los valses sentimentales, cuya afinidad con los que él mismo hacía de adolescente, o con sus versos secretos, no era posible negar. Le bastaba con oírlos una vez de pasada, para que luego no hubiera poder de Dios que le sacara de la cabeza el hilo de la melodía durante noches enteras. Pero esa no sería una respuesta seria para una pregunta tan seria de un especialista. –Me gusta Gardel –dijo. El doctor Urbino lo entendió. "Ya veo –dijo–. Está de moda". (p. 261) 

VIVIR PARA CONTARLA 

Hasta donde recuerdo, mi vocación por la música se reveló en esos años por la fascinación que me causaban los acordeoneros con sus canciones de caminantes (…). Sin embargo, mi urgencia de cantar para sentirme vivo me la infundieron los tangos de Carlos Gardel, que contagiaron a medio mundo. Me hacía vestir como él, con sombrero de fieltro y bufanda de seda, y no necesitaba demasiadas súplicas para que soltara un tango a todo pecho. Hasta la mala mañana en que la tía Mama me despertó con la noticia de que Gardel había muerto en el choque de dos aviones en Medellín. Meses antes yo había cantado Cuesta abajo en una velada de beneficencia, acompañado por las hermanas Echeverri, bogotanas puras, que eran maestras de maestros y alma de cuanta velada de beneficencia y conmemoración patriótica se celebraba en Cataca. Y canté con tanto carácter que mi madre no se atrevió a contrariarme cuando le dije que quería aprender el piano en vez del acordeón repudiado por la abuela. (pp. 116-117)
"Otra conquista de aquella época fue el permiso de mi padre para ir solo a la matiné de los domingos en el teatro Colombia. Por primera vez se pasaban seriales con un episodio cada domingo, y se creaba una tensión que no permitía tener un instante de sosiego durante la semana. La invasión de Mongo fue la primera epopeya interplanetaria, que sólo pude reemplazar en mi corazón muchos años después con la Odisea del espacio, de Stanley Kubrick. Sin embargo, el cine argentino, con las películas de Carlos Gardel y Libertad Lamarque, terminó por derrotar a todos. (p. 159). [Aclaración para lectores desprevenidos del Nobel: la única película argentina de Carlos Gardel es Flor de durazno, la cual es muda. Es casi seguro que en Colombia nunca se vio] –De eso quería hablarte –me dijo sin misterios–. Lo mejor para ambos sería que te fueras a estudiar en otra parte ahora que estamos locos de amarrar. Así te darás cuenta de que lo nuestro no será nunca más de lo que ya fue. La tomé a burla. –Me voy mañana mismo y regreso dentro de tres meses para quedarme contigo. Ella me replicó con música de tango: –¡Ja, ja, ja, ja! (p. 208) Guillermo Granados daba rienda suelta desde el amanecer a sus virtudes de tenor con su inagotable repertorio de tangos. (p. 235)
"Tampoco supe por qué el rector me escogió para acompañarlo a la audiencia con la condición de que me arreglara un poco la pelambre desgreñada y el bigote montuno. (…) No tuve alternativa: la noche del sábado, mientras Guillermo Granados leía en el dormitorio una novela que nada tenía que ver con mi caso, un aprendiz de peluquero del tercer año me hizo el corte de recluta y me talló un bigote de tango. Soporté por el resto de la semana las burlas de internos y externos por mi nuevo estilo. (pp. 265-266)"
"Hasta entonces, lo único que el mundo entero sabía de Medellín era que allí había muerto Carlos Gardel, carbonizado en una catástrofe aérea. Yo sabía que era una tierra de grandes escritores y poetas… (p. 527) 

EL ARGENTINO QUE SE HIZO QUERER DE TODOS 

Doce años después vi a Julio Cortázar enfrentado a una muchedumbre en un parque de Managua, sin más armas que su voz hermosa y un cuento suyo de los más difíciles: "La noche de Mantequilla Nápoles". Es la historia de un boxeador en desgracia contada por él mismo en lunfardo, el dialecto de los bajos fondos de Buenos Aires, cuya comprensión nos estaría vetada por completo al resto de los mortales si no la hubiéramos vislumbrado a través de tanto tango malevo; sin embargo, fue ese el cuento que el propio Cortázar escogía para leerlo en una tarima frente a la muchedumbre de un vasto jardín iluminado, entre la cual había de todo, desde poetas consagrados y albañiles cesantes, hasta comandantes de la revolución y sus contrarios. Fue otra experiencia deslumbrante. Aunque en rigor no era fácil seguir el sentido del relato, aún para los más entrenados en la jerga lunfarda, uno sentía y le dolían los golpes que recibía Mantequilla Nápoles en la soledad del cuadrilátero, y daban ganas de llorar por sus ilusiones y su miseria, pues Cortázar había logrado una comunicación tan entrañable con su auditorio que ya no le importaba a nadie lo que querían decir o no decir las palabras, sino que la muchedumbre sentada en la hierba parecía levitar en estado de gracia por el hechizo de una voz que no parecía de este mundo". 

LA AVENTURA DE MIGUEL LITTIN CLANDESTINO EN CHILE 

En el capítulo "El puente que lo ha visto todo" se dice: "Sin embargo, en medio de aquella feria de vida y de muerte, el puente Recoleta sobre el río Mapocho es un amante neutral: sirve lo mismo para los mercados que para el cementerio. Durante el día, los entierros tienen que abrirse paso por entre la muchedumbre. De noche, cuando no hay toque de queda, aquel es el camino obligado para los clubes de tango, guaridas nostálgicas de arrabal amargo donde son campeones de baile los sepultureros". 

TEXTOS COSTEÑOS 

Hay referencias al tango en los siguientes textos: "Jorge Álvaro había leído a Shakespeare (traducido, pues lo de aprender el idioma era demasiado serio para incluirlo en el programa) y lo citaba en la versión castellana y un poco arrabalera de algún traductor de tangos dramáticos. Pero de todos modos, había leído a Shakespeare, en un grupo que a duras penas había pasado de don Juan de Valera, y eso le daba cierto prestigio parlamentario, cierta severidad británica que lo colocaba, decididamente, a la vanguardia del movimiento. ("Jorge Álvaro", p. 492)
" Medellín es una ciudad aficionada al tango. Creo que en ningún otro lugar fuera de la Argentina tiene más acogida esa música trágica en la que siempre muere alguien y no precisamente de muerte natural. Sin embargo, ahora se ha hecho una excepción. Se ha prohibido la transmisión por radioemisoras antioqueñas de ese tango dialogado de trescientas noches consecutivas que es "El derecho de nacer", del benemérito autor cubano don Félix Baltasar Caignet. ("El derecho de los demás", p. 567)
"En un bar de Buenos Aires, el actor Carlos Thompson procura aliviar su tremenda indigestión de calabazas. Lo que a él le ha ocurrido es algo más dramático que una tragedia: es un tango. Un argumento que podría ser aprovechado cinematográficamente. Hasta hace dos meses, Thompson, que se llama Justo Piernes, era un desconocido. Tal vez había hecho algunas cosas importantes, pero sin duda la más importante de todas fue el haberse enamorado de María Félix. La actriz mexicana quería publicidad cuando llegó a Buenos Aires. En la cámara mortuoria de Eva Perón firmó autógrafos y fue expulsada del recinto por la policía. Fue un golpe espectacular, que hizo descender un poco su prestigio entre los cineastas argentinos, pero que en cambio le aseguró por dos días varios kilos de plomo de linotipo. Poco después apareció Thompson en escena. Es un hombre joven, apuesto y muy sentimental, a quien del tropezón con María Félix se le fracturaron el corazón y un brazo. (…) Lo demás sucedió de tal modo que ni el mismo Thompson tiene una idea muy clara del episodio. María regresó a México. Su novio viajaría después, cuando le quitaran el cabestrillo. Pero antes de que eso ocurriera, María había anunciado que se casaría con Jorge Negrete. Y se casó, como todo el mundo lo sabe, ella vestida de china poblana y él de charro, para que Thompson se haga la ilusión de que todo esto no ha sido más que una película mexicana. Cuando en realidad es un tango. ("El de las calabazas", pp. 705-706)"

RELATO DE UN NÁUFRAGO 

En el capítulo I, titulado "Cómo eran mis compañeros muertos en el mar", se dice: "Nuestras amigas de casi todas las noches conocían la noticia de nuestro viaje y decidieron despedirse, emborracharse y llorar en prueba de gratitud. El director de la orquesta, un hombre serio, con unos anteojos que no le permitían parecer un músico, tocó en nuestro honor un programa de mambos y tangos, creyendo que era música colombiana. Nuestras amigas lloraron y tomaron whisky de a dólar y medio la botella". 

DOCE CUENTOS PEREGRINOS 

Hay alusión al tango en el cuento "La luz es como el agua": "De modo que el miércoles siguiente, mientras los padres veían "El último tango en París", llenaron el apartamento hasta la altura de dos brazas, bucearon como tiburones mansos por debajo de los muebles y las camas, y rescataron del fondo de la luz las cosas que durante años se habían perdido en la oscuridad". 

MEMORIAS DE MIS PUTAS TRISTES

" Cantábamos duetos de amor de Puccini, boleros de Agustín Lara, tangos de Carlos Gardel, y comprobábamos una vez más que quienes no cantan no pueden imaginar siquiera lo que es la felicidad de cantar. (p. 62)
"La certidumbre de ser mortal, en cambio, me había sorprendido poco antes de los cincuenta años en una ocasión como aquélla, una noche de carnaval en que bailaba un tango apache con una mujer fenomenal, a la que nunca le vi la cara (...). Bailábamos tan apretados que sentía circular su sangre por las venas, y me hallaba como adormecido de gusto con su resuello trabajoso (…), cuando me sacudió por primera vez y casi me derribó por tierra el frémito de la muerte. Fue como un oráculo brutal en el oído: "Hagas lo que hagas, en este año o dentro de ciento, estarás muerto hasta jamás".

Y añade MEMORABILIA GGM

No solo en su obra tiene presencia  la Argentina. En forma personal, García Márquez ha demostrado una admiración por lo argentino que se hace palpable en las tentativas de publicar su obra en ese país, hasta que editorial Suramericana recibe el honor de publicar por primera vez  Cien años de soledad, a pesar de la amistad que unía a GGM con los directivos de Editorial Era de Ciudad de México.

Esa admiración personal por lo argentino se demuestra en que dentro de su repertorio de canciones para cantar a sus amistades en las reuniones informales, están desde los tangos de  Carlos Gardel con los que entretenía a la audiencia en sus viajes de quince días por el río Magdalena hasta las milongas de corte malevo.
Así lo cuenta su hermana Ligia en el libro Los García Márquez, escrito por Silvia Galvis (Arango Editores, Bogotá, 1996), página 153.

“De esos años de Barranquilla, me acuerdo que la vecina de enfrente organizaba comedias y ponía a Gabito, que tenía una voz muy linda y a Luis Enrique, que siempre le ha gustado la música, a cantar una milonga que decía más o menos, así:

"Pero fue que al llegar una tarde
bajo el oro radiante del sol
se encendieron tus ojos al verme
revivieron ternura y amor.
bajo el arco sereno del cielo,
nuestro idilio fue una bendición.